En esta entrada quisiera analizar el fenómeno no poco curioso del valor que damos al trabajo propio y al ajeno. En Educación Digital nos dedicamos (apasionadamente) a la formación y para cada curso establecemos un precio como resultado de la combinación de una serie de factores entre los que juegan indudablemente los costes a cubrir, los necesarios beneficios y el ofrecer un precio que entendemos razonable y asequible, para que el curso sea vendible. La media de nuestros cursos oscila así entre los 100 y lo 150€, siendo contados los que suben de esas cifras. El porqué de que unos cursos tengan lista de espera y otros (los menos, la verdad) haya incluso que cancelarlos a veces no es obvio. El que un curso de más de 500€ triunfe (como ha pasado recientemente con un curso que impartimos para la Cámara de Comercio) y sin embargo no lo haga otro de 100€ hace que en general descartemos la crisis como justificación de la falta de acogida de un curso determinado.
Pero no es este el objeto de mi análisis en esta entrada, como he indicado al comienzo de la misma. Para empezar voy a describir varias situaciones que he vivido en las recientes semanas y que me han llevado a querer reflexionar este tema en el blog. Un amigo peluquero me comenta enfadado los precios tan bajos que está ofreciendo una nueva peluquería en el barrio, que tira los precios de la competencia poniéndoles en una situación complicada. En cambio, me habla de unas clases gratuitas de idiomas a las que quiere apuntarse en un futuro. Una traductora me comenta en confianza lo caro de uno de nuestros cursos (100€, doce horas de curso, profesora traída de fuera de Málaga con sus costes de desplazamiento, hotel). Un abogado me comenta que él no pagaría 125€ por otro curso concreto de 50 horas. La cuestión es, ¿pensamos al fijar nuestras tarifas, precios u honorarios, en si uno mismo estaría dispuesto a pagar lo que yo cobro si fuera otro el que me lo pidiera? En muchos casos me atrevería a dar un no por respuesta. Yo tengo por costumbre no regatear precios a nadie, cada uno fija el valor de su trabajo, si el precio me parece excesivo tendré siempre la posibilidad de buscar otra opción, pero no discuto precios. Personalmente opino que somos los primeros que debemos dar valor a nuestro trabajo, lo cual también pasa por respetar el valor del trabajo ajeno. Nos hemos acostumbrado a lo gratis en muchos casos, y en múltiples ocasiones la crisis se emplea como argumento añadido (y contundente, qué duda cabe) para exigir un precio más bajo, incluso aunque podamos pagarlo. En mi opinión, nos falta ponernos en el lugar del otro. Todos nos alegramos de pagar caña+tapa por 1.50€ pero sinceramente me apena ver un precioso restaurante, abierto apenas hace meses, en el que se ha hecho una importante inversión, empapelado cutremente con carteles publicitando dicha oferta. No veo cómo van a poder sostenerlo.
Todos hacemos nuestros malabarismos para poder mantener una calidad de vida, cenar fuera de vez en cuando…, vamos, que al común de las personas no nos sobra el dinero. La cuestión es pensar, que el mismo derecho que tengo yo a poder vivir de mi trabajo, lo tienen los demás y que las cosas tienen un valor y eso debemos respetarlo y defenderlo. Por otro lado, hemos de distinguirnos de la competencia no por el precio, sino por nuestro buen hacer, justificar el valor de nuestro trabajo siendo profesionales, destacando y convenciendo de que somos una excelente inversión frente a otras opciones más económicas.
3 comentarios. Dejar nuevo
Buenos días Lola, totalmente de acuerdo con la entrada del blog. Hay que ser realistas de la situación en la que nos encontramos pero también hay que valorar nuestro trabajo al cual dedicamos muchas horas sacrificando horas de familia, amigos..
Un saludo!
Gracias Teresa por pasarte por aquí y compartir tu comentario. Mi planteamiento sobre todo es ponerse en el lugar de los demás, desde la valoración de lo propio. Me encuentro con personas que valoran mucho lo propio y menos lo ajeno, eso no nos hace buenos profesionales. ¡Un saludo!
Qué gran razón tienes, Lola. Yo el año pasado tuve que buscar un dentista urgentemente en Madrid (siempre he ido en Almería, ya que mi cuñada es dentista) y me fui a un sitio que daba bastante confianza por Internet. Allí me trataron bien y, cuando vi el precio, solo pensé en «bueno, pues habrá que pagarlo», no en «joder, qué caro, seguro que si miro en otro sitio es más barato». Lo pagué y quedé gratamente satisfecho con la visita (y las posteriores :P).
Lo mismo me pasó con el vídeo y la web que lancé hace poco. Me ofrecieron un presupuesto muy detallado y todo parecía superprofesional. De nuevo era un dinero, pero no rechisté, es lo que vale y ya está, o lo tomas o lo dejas.
Todo esto lo digo porque me parece increíble que mucha gente diga tela de cosas sobre las tarifas y luego espere un servicio de «la más alta calidad» por el menor precio posible. Creo que aprender a valorar mi trabajo precisamente me ha ayudado a valorar el de los demás, sea del sector que sea. Hay muchas más razones que el precio para decantarse por una cosa u otra. 😉
Un saludo,
Pablo