Tras un curso escolar intenso ha llegado la hora de desconectar. Es necesario permitir a nuestro cerebro liberarse de información para volver en septiembre con energías y ganas renovadas y retomar nuestras tareas con ilusión y nueva creatividad. Los periodos de desconexión son sorprendentemente muy productivos, pues tras ellos somos capaces de emprender de nuevo con fuerza habiéndonos liberado de obligaciones anteriores, datos innecesarios y si hemos viajado, trasladando lo aprendido de otras culturas a nuestra tarea cotidiana. En realidad se trata de conectarse, pero con uno mismo. En el tiempo en que vivimos padecemos una sobrecarga informativa que no por interesante y motivadora deja de ser igualmente agotadora. Es importante tener el valor de desconectar de vez en cuando. Hemos perdido ampliamente esa capacidad de desconectar y creo que hemos de recuperarla. Se acerca mi momento de ansoluta desconexión veraniega y voy a hacer lo posible por no pensar en el trabajo y permitirme entregarme a las nuevas experiencias, a disfrutar de familia y amigos, y sobre todo del dolce far niente, ese terapeútico fluir sin horarios encorsetados. Tengo miles de libros profesionales sobre educación y TICs, blogs, webs, etc que leer, pero podrán esperar a septiembre. Son para mí un placer pero a la vez un activador y un pequeño ladrón de tiempo para otras cuestiones mundanas que son verdaderamente necesarias. Pasar tiempo con una misma y pasarlo con los demás, pararse, perderse en pensamientos y divagaciones. Todo ello fundamental. En definitiva: pararse.
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